En medio de una sociedad hiperinformada e hiperconectada, resulta que nos topamos con la paradoja de la atrofia cada vez mayor de la capacidad creativa del hombre. Puede ser que la gran facilidad para acceder a toda la información a golpe de clic no fomente precisamente nuestra habilidad creativa y creadora. Nuestra compulsión a la hiperconectividad nos mantiene demasiado ocupados como para poder pensar en crear algo nuevo, distinto, y original.
Vivimos inmersos en una soledad masificada que no nos deja concentrarnos ni encontrarnos. Una soledad no vivida, ni disfrutada porque en ella seguimos compartiendo de forma virtual. No hay lugar para el encuentro con nuestro ser consciente.
Siempre he creído que el esfuerzo artificial y forzado por buscar la innovación y la creatividad hace que no la encontremos, o que nuestro producto final sea más de lo mismo. Estamos invadidos por ese más de lo mismo en todo: lo que leemos, pensamos, vemos, toda la información que consumimos es más de lo mismo. Y esto es fruto de los invernaderos dónde nace la cultura innovadora y creativa de hoy en día. El fruto de invernadero o el pescado de piscifactoría, no resultan igual de frescos que los naturales y originales. Esto sucede también con la creatividad que nace en un “laboratorio”.
Hay que buscar caminos diferentes, que no nuevos, puede que nos exijan una vuelta al pasado, o un esfuerzo por la desconexión de lo habitual y ordinario para descubrir en ello lo extraordinario.
La creatividad y la innovación son actitudes que tienen que ver con la esperanza, con nuestras motivaciones intrínsecas y con el proyecto de vida personal de cada uno. Para fomentar nuestro espíritu y actitud creativa, primero tenemos que desarrollar nuestra individualidad y ampliar la esfera de nuestra conciencia individual. Buscar fuera de nosotros mismos no es la respuesta. Antes de formar equipos innovadores en las Escuelas, Centros formativos y Organizaciones deberíamos fomentar el encuentro de cada uno con su propia individualidad y su sentido trascendente. Hablo de trascendencia entendida como el deseo crear algo propio, deseo de encontrar respuestas y de trascender los propios límites.
Son muy interesantes las reflexiones de María Zambrano sobre nuestra capacidad creativa. Ella señala como la gran barrera de la creatividad humana el hábito; “El hábito ahoga la creatividad”.
Nuestra realidad cotidiana se deja colonizar por el hábito. Dentro de la cuadrícula de los hábitos la libertad se oculta, la conciencia deja de estar despierta y atiende sólo a los quehaceres del momento. Y así es como la vida cotidiana regida por el hábito y por la tranquilizadora costumbre eclipsa nuestro encuentro con la realidad.
Esto quiere decir que para crear necesitamos despertar, estar y ser conscientes, no vivir dejándonos llevar por los acontecimientos cotidianos, sino aprehender la realidad, capturarla y mirarla con nuevos ojos. Como decía Marcel Proust, en esto consiste descubrir, en aprender a ver la vieja tierra con nuevos ojos, lo cual nos va a permitir abrir los ojos a lo que antes era invisible. Este es el punto de partida de la actitud creativa y creadora, y sin ella no habrá innovación.
A lo largo de la historia, la innovación ha ido asociada a proyectos de vida personales. Los científicos, los filósofos y los grandes creadores de la tecnología actual persiguen algo más, su proyecto de vida tiene un sentido de trascendencia. La creatividad tiene mucho que ver con nuestra curiosidad, con nuestros ideales y sueños. Además de esta idea, deberíamos tener en cuenta que la creación humana es una suma de todo lo anterior. Como decía Ortega «Toda superación es conservar y añadir», hay que conocer la historia para seguir añadiendo…
Marie Curie nos decía que el mundo necesita soñadores, para quienes el desarrollo de una tarea sea tan cautivante que les resulte imposible dedicar su atención a su propio beneficio.
Nikola Tesla, uno de los grandes genios del siglo XX, decía que si tuviera la suerte de alcanzar alguno de sus ideales sería en nombre de toda la humanidad.
Y Larry Page, cofundador de Google, cita una frase que aprendió en sus tiempos de universitario; “mostrar un sano escepticismo ante lo imposible”, y añade, siempre deberíamos tratar de hacer aquello que la mayoría ni intentaría.
Está claro que la creación de una cultura de innovación empieza en el individuo. Las personas creativas tienen un proyecto personal ambicioso, son curiosas e inquietas y suelen desafiar continuamente las rutinas de la vida y de las organizaciones a las que pertenecen. La clave está en no sucumbir al día a día, a la hiperconectividad, a aquello que adormece su conciencia y no les permite estar atentos a la posibilidad de crear algo nuevo. Si encontramos nuestra creatividad individual, entonces podremos crear juntos.
La curiosidad sobre la vida en todos sus aspectos continúa siendo el secreto de las personas más creativas. Leo Burnett
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